La suspensión total de las condolencias. La conversión de las caricias en mitades irreconciliables. No estamos. No queremos. El futuro abandona las medias tintas. Seremos blancos o negros.
Las tazas a la mañana. Las plumas en invierno. La fiebre. Las dos vueltas de la llave. Las clases interminables. Las conversaciones vacías. Los amigos de otros. Cortarse el pelo. Escribir cartas. Sacar fotos. Cerrar la ventana. Meterse en la cama. Fingir las despedidas. Hablar con uno mismo. Callar, callar. Extrañarnos en el chocolate, en las buenas noches, en las caricias. En las traiciones. El santuario en el que te congelo. Revolviendo el café a las cinco de la tarde. Sonriendo.
Que ya no vas a estar. Pero no duele tanto como que no hayas estado. Y te corono de espinas. De heridas relamidas. De esa tarde en el río que te condena. Que te recuerda. Extrañando a los aviones. A los viajes. Al frío de saberte al lado. Tan cerca pero tan tarde para volver a casa. Olvidarse de irse. Recordarlo tan tarde. Tantas muertes, tantas. Papeles destrozados, esparcidos sobre una cama en la que finalmente lloro.
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