nosotros
que nunca fuimos sexo
ni vectores
ni perpendiculares
perdimos el don de enajenarnos
encontrar en los brazos
una cantidad inmesurable de placer
incomparable
con el hecho de tenerte encima
buscando la forma de entrarme hasta el pecho
con tanto miedo como nunca
de tocarme fondo
sólo para averiguar que destrozamos la unidad de la que nos componíamos.