Acá, sí, sin mucho excepto un poco de vos, que es lo que me interesa. Casi no hay luz, pero está bien y así prefiero verte, y no verte, todo y el ser, y la nada, podemos discutirlo toda la noche. Ya no es, y lo hago, hablando de cómo hago para escribir, y si pestañéas hace ruido, ¿viste?, y me sonrío asintiendo, porque es lindo creer en ese poema que te acabo de traer, con el cigarrillo que apagaste y el mío cosumido sin ese último beso, son las últimas horas y busquemos algo que nos ate a una conversación sin sentido, es mejor esperar, a veces, pero entre tanto me agoto y hace tanto que no lo decís.
Franz y Mílena están sobre el escritorio muriéndose de ansiedad, nos es tan ajeno y sin embargo mañana seremos ellos, pensando en que dos por dos es una pregunta de manicomio o de escuela primaria. Sabemos mezclar. Y no, no pienso limitarme a eso.
Estás gritándome, ¿sabés?, a veces me cuesta un poco, mis catalizadores son malos, como los tuyos, pero es invertir y tu cara a trasluz, no puedo creer en el tiempo sin verte y acabás de prenderla y eso que escribí no viste y eso que viste no escribí. Al pie de esa foto hay algo que te regalé, vos tan sádico y yo tan masoquista, creo que eso explica un poco las cosas.
Vivir juntos, materializarlo y tu voz, a veces no sé si es que me gusta o sólo estás buscándome. En el otro universo fuimos de la misma especie, no se me ocurre otra cosa. Si tuviéramos todo el tiempo del mundo no sería tan bueno, pero habría noches para destruir y hasta dejar de dormir.
No hace tanto frío, es que atardece y el sonido que no busco explicar y es la fiebre ya superada en esto que es nuestro. Gemir, un poco, sí. Nunca escribí adelante tuyo. Ahora me das ganas de jugar, de hacerlo juntos. Ya tengo verde en los ojos, me cuesta entender.
Cuando desesperaste quise arrancarme la piel, sé que no fui suficiente. Supo haber paz, es mi idea, aquella que te conté en una carta un viernes, a veces me olvido de que estamos en guerra, y no es que me guste, no sé hacerlo de otra manera.
Lloré, no te diste cuenta. Dijiste, también, cosas hermosas. Con nosotros no es así, parte de jugar es poder quemarse, resultamos ser tan piromaníacos.
Tu espalda, con las noches aceleradas (ahora que aprendimos a dibujar), los sueños de siameses, la vida anterior, la explicación terapéutica de lo increíble que es sentirte y la poca atención que le prestamos.
El cronopio que vas a encontrar un día de estos, y por ahí hasta te enojes. Al otro papel vas a guardarlo, o no, por ahí todo vuele, por ahí lo escuches cuando se te caiga la cabeza, tenés besos para un par de días.
Sé volver, no creo en ese problema. Parece que extrañar no es ganas de verte, y ese es un hecho. Son las cosas que le contaste, un tanto literal y un tanto tuyo. Te odio tanto, tanto, que te lo repito, justo delante de esa otra cosa que te digo, a la que no podés responder, pero es así, es dual, es quererte tanto. Y sabés, te la digo porque empecé a entender todo como vos, de tanto encimarnos parece que nos mezclamos en serio. Es grave, y lo sabés.
Ahí vas repitiéndome que no piense tanto las cosas. Ahí voy, sonriéndome. Ahí bajo, es inevitable. Ahí empezaste a hablar, y yo empecé a temblar. Ahí me maltrataste. Ahí me amaste con locura. Ahí me escondí en tu habitación. Ahí viajé para verte. Ahí me resultaste repugnante. Ahí me quejé por el paso del tiempo. Ahí busqué algo fisiológicamente imposible. Ahí me hiciste creer que las cosas perdieron sentido. Ahí refutamos a la civilización entera. Ahí nos reímos de los otros. Ahí me preguntaste por el libro de anoche. Ahí quisiste fumar de mis vicios. Ahí te despertaste dos horas antes que yo, pensando que iba a llegar temprano. Ahí me odiaste, y ahí te detesté. Ahí te quiero. Ahí sos de las cosas más lindas que existen. Ahí causé un incendio, y me lo habías advertido, pero suelo hacer eso con los cigarrillos, y de todos modos valió la pena.