Era el año 1880. En Estados Unidos se hacía el censo, es decir, se contaban a todos los habitantes. Eso es algo que hacen todos los Estados cada diez años. Para ello, se entrega a la gente una ficha para que la rellene con cruces, y al final se cuenta el número de personas, y se sabe cuántos son los viejos y los niños, los hombres y las mujeres, los que han estudiado y los que no, los oficios y profesiones, el número de coches y de televisores. Para ello, a cada ciudadano se le entregaba una ficha que tenía que devolver habiendo puesto las cruces en el punto justo. Los empleados del censo se rompían la cabeza. Para contar todas aquellas cruces en todas aquellas fichas se necesitaban diez años, y sería inútil hacerlo porque en diez años se haría un nuevo censo, y los datos viejos no servirían para nada. Se convocó un concurso y se prometió un premio para quien inventara un modo más rápido para contar las cruces. El vencedor fue Herman Hollerith, quien se ofreció a contar las cruces con una máquina de su invención. Según él, bastaba transformar las cruces en agujeros y ya todo estaba hecho. ¿Agujeros? Claro, en un cartón, un agujero significaba "hombre", y ninguno "mujer". Un agujero abajo, a la derecha, signigficaba "viejo", y uno abajo a la izquierda significaba "joven". Tres agujeros en vertical indicaban a un "médico", y cinco agujeros en cruz indicaban a un "marino"... Si no era exactamente así, se parecía mucho. Con todas aquellas tarjetas perforadas, la máquina de Hollerith hacía maravillas. Manejaba (y contaba) cerca de 600 al minuto. Dentro, todo eran crujidos y luces se encendían y apagaban.
De ese modo se lograron contar las cruces en un mes y medio, en lugar de los diez años empleados antes.
De ese modo se lograron contar las cruces en un mes y medio, en lugar de los diez años empleados antes.
Censo, Historias en Clave y Viajes Lingüísticos
llamen a Hollerith, quiero que invente una máquina para contar los agujeros de mi alma