descomponer los colores del alma hasta la última consecuencia
donde ya no queden grillos que canten ni reflejos eternos,
donde ya tan transparente ni siquiera pueda percibirse el sabor de las batallas perdidas,
sólo la esencia de los que responden
todo grito de ayuda y también
toda esperanza,
sentirse poseído por la fugacidad de esa desfiguración
ni cruel ni sabia
ni tu boca ni la mía, sino todo lo que surge después
todo lo que nos sucede
sentirse vivo, sentirse eterno,
sentir que ahí viene otro tono a empaparnos lo que ya ni siquiera es
una cara
no tiene forma, salvo eso que se aproxima
a desmenuzarnos, justo ahora
que somos dos
y somos
nada.