Voy a brindar por las veces que estuvimos en el mismo lugar, pasar por la puerta de tu casa para ir a tal o cual lado. Los amigos que tenemos en común, y los que tenemos sin saber. Las cosas que pensamos igual, que ni siquiera terminamos de descubrir, es que mucho no nos importa. Escuchar la misma banda a dos o tres mesas de distancia. Llorar los mismos días, a la misma hora por las mismas cosas.
Por todo ese tiempo en el que sabemos que nos podríamos haber desarmado, pero fue así, y nos quedamos con lo que debe ser, con lo que no vamos a cambiar. Y es que en realidad podemos cambiarlo todo, dibujarlo todo, decirlo todo aunque eso signifique quedarse callados mirando el techo, o fumarse un porro (y quiero fumarte a vos también).
Despertarte a las tres de la mañana a que te pongas lo primero que encuentres para caminar incansablemente, y elegir al azar dónde entrar, que bien sabés que de azar no tiene nada. Entonces abrir un libro en cualquier parte, y te lo voy a decir al oído, te lo voy a decir.
El tiempo es de lo más tirano, mucho no me importa, esperar en Buenos Aires es el viaje en tren, en subte, en colectivo. Y esperarte está firmado con mil horas de todo aquello.
Voy a brindar, sí, mucho más no puedo hacer. Me voy a arrancar de la boca el sabor amargo de estar perdiendo, porque en el fondo sólo estoy ganando. Voy a beber hasta ya no poder recordar y entonces quizás me convenza de que falta menos.