No creo. Iván Miusov carcomió todo lo que quedaba de mí. Entre él y Bukowski lo hicieron. Después llegó Alejandra Pizarnik y se sentó a tomar el té con nosotros, con nosotros y con Hegel y con Mílena Jesenska, y con Catherine Howard. Estábamos divinos, todos. Estar dejando de fumar es un poco eso, sentarse con todos esos que fumaron toda su vida y vienen a pegarte una patada diciéndote “cada vez que lo quise lo tuve, pero vos estás en plena abstinencia”. Como si después de sonarte ya todos los dedos, haber agotado las posibilidades de conversación, haber intentado que el otro quiera venir a tu casa, haber molestado al gato, haber mirado las películas que te quedaban, haber limpiado y cocinado y esperado, no sirve para nada. Querés un cigarrillo y nadie te lo da. Tenés plata para tener un cigarrillo, pero sabés que no debés. Tenés personas fumándote un cigarrillo, y las envidiás.
Después, también, tenés esas personas que te odian o simulan odiarte o simulan quererte mientras en el fondo te odian. Eso es lo peor, porque te hacen sentir que no importa ya lo que hagas, no vale la pena. En serio, yo me casé con la idea de seguir peleando, pero a veces tengo miedo de que sea la única persona con la que alguna vez me case.
Entonces, Ariadna funciona cual tampón para no estar comiéndose la cabeza. Pero tampoco sirve, porque las luchas duran años y no se pelean del lado de afuera.
Existe un caballo, que no era mío. Aranza ayer se lo cruzó en la calle, que iba con dos mujeres. Porque ni yo ni otra ni dos, siquiera, habrían sido suficientes. Nunca fue mío, en cambio ella. A este punto puedo contar todos los intentos de sabotaje que tuvo contra mi persona, adrede pienso que quería matarme, pero, ¿Por qué no lo hizo?, podría venir a ahorrarme éste desastre.
Porque éste desastre también tiene que ver con el envase de plástico. El día que, y falta poco, las fuentes se quiebren, para mí se terminó y la teoría del descartable se pone en práctica. Tanto en práctica como Rodrigo hubiera hablado de la brazo-cuello dependencia. Por suerte, y no tanto, yo no la padezco. Pero porque a diferencia de todas esas pendejas que sí la tienen, yo voy de frente, escupo, digo. Así me va, y así me fue siempre. Mal.
Las fiestas tienen esa cosa de simular. Vos llegás y te encontrás con gente que no querés ni ver, gente que querés ver pero que no quiere verte, gente que planeaste ver, la gente que planeaste ver y no viste, los fantasmas de la gente que en otra situación sabés que habrían estado ahí pero ya no están, y por sobretodo, todos esos amigos que falsamente te ilusionan diciéndote que van a ir, pero encuentran algo mejor que hacer. Y yo, yo con respecto a eso, lo mínimo que tengo es un agujero en el pecho. En mi no pedir nada, también está el no pedir que vengas conmigo. That’s the way the cookie crumbles, que es como decir que ahí se equilibra el universo. Entonces el único que te queda es Rodrigo, al lado tuyo, siempre, representando todas las faltas que tenés en la vida. Quizás mostrándote cómo abrazar la oscuridad. Quizás haciéndote reír, inútilmente. Quizás haciéndote sentir que después de todo, ir no era una mala idea.
Que no soy la misma de antes, y mirá, no sé, grave sería. El día que entiendan, algunos, que un día, un solo día en mi vida puede representar un año entero, cerrarían la boca y se limitarían a elegir entre comprar y no hacerlo. Como ese libro que agarrás, que manoteás, que violás y que volvés a colocar en el lugar sólo porque lo hiciste para joder.
Mi forma de matar a la gente es cogérmela, dije, pero la verdad, no pude hacerlo. Es el mal. Se ve que estoy lo suficientemente destruída como para dedicarme a asesinar, a construir una máquina, a viajar hasta la biblioteca nacional sólo para figurarme a Iván sentado ahí, conmigo al lado, contándole que yo también sé lo que es no poder morirte. Porque es así, no puedo morirme. Tengo demasiadas responsabilidades como para morirme, y a la vez, esas mismas responsabilidades vienen a patearme la cara y a decirme “la verdad es que mucho no nos importa que sigas funcionando”. Entonces esperá, que estoy respirando. Pero ya estoy cansada de estar mandándole órdenes a todo mi organismo para que continue andando.
Cuando es domingo llorás, y llorás como la puta madre. Llorás por los viejos tiempos, por esas semanas enteras en la cama llorando, en las que te dormías a las 9 de la noche, te despertabas a las 3 de la mañana, recordabas lo que había pasado, volvías a llorar, te querías arrancar la piel, te quedabas dormida, te volvías a despertar, y así sucesivamente, mientras la gente te llamaba a ver si ya te habías muerto, sólo para desempolvar el traje de luto.
Pero hay un detalle, ahora también llorás por haber hecho que llore otra persona. Porque el ser libre y el tomarte la soledad como un regalo no dejará de volverte una hija de puta. Y ese poema de Bukowski, que justifica el regalo, no lo convierte en eso, lo convierte en una condena. La condena de saber que por mucho que intentes nunca vas a ser como ellos, entonces vas a tener todo ese peso existencialista a cuestas por siempre. Cada vez que mires al mar vas a desear estar pegándote un tiro, porque toda la basura acumulada que tenés en la cabeza, en comparación con eso es la nada misma, es inclusive peor que la partícula de polvo que representás a nivel universal. Y eso es lo superior, y eso es lo que te quema.
Pablo dijo, sentado acá, hace un par de días, que tenés un problema con el fuego. Obvio que lo tengo. Lo admito, lo sostengo. Desde el momento en que le permitís a un hombre recorrerte la piel, todos los problemas tienen que ver con el fuego. Porque eso es lo que el sexo hace, te quema. Te destruye, te arruina. Y por eso, por un mínimo restante de instinto de autopreservación, todavía no cogiste. Pero te vas a encontrar un día de estos queriendo hacerte mierda, y entonces va a suceder. Porque ya no querés matar al otro, te querés matar vos, y como tenés demasiadas responsabilidades como para morirte, estás dedicándote a vaciarte por dentro en un principio, para que llegada la hora ya no quede nada, entonces puedas hacerlo.
Al hacerlo, vas a dejar de extrañar determinadas sensaciones y todo lo que conllevan. Vos y yo sabemos que ese dolor, ese filo, lo que pica, lo que sea, lo que no vivís desde aquel enero está esperándote. Es como el lobo en la punta de la cama que te incita a volver a toda esa basura. Entonces pensás que podrías estar metiéndote por la nariz toda clase de sustancias, que podrías estar fumando, pero el sólo escribir fumar te hace pensar en lo mucho que querés hacerlo, y en la tercera ducha que te estás por clavar, primero porque querés fumar, segundo porque querés coger, tercero porque te querés matar, y porque estás sucia, sucia, sucia.
Julieta no asiste, insiste. Esa es la clave de todo. Me vas a ver quejándome por cosas por las que ni siquiera debería, las que ni siquiera creo. Es inútil. Todo intento de tocarte el alma es inútil. All art is quite useless.