Pésimo en
casi todos tus actos de placer de la vida. No te quedan lindos, por más de que
consideres que tu sonrisa se enciende ante ellos. No es verdadera. Cuando lo
era yo la sentía en el medio del pecho, estacándome. Dirán todos, qué
innecesario es demonizar un acto de amor, convertirlo en verdugo. Sin embargo
yo, a duras penas considero que cualquier práctica benevolente en esta máscara
minada de falsedades, no debería tener lugar alguno. Que el masoquismo no es más
que un arma de combate del fuerte ante el débil, necesario para quienes se han
acostumbrado al dolor, quienes han encontrado gozo en él. Al final es más
sincero no alzar la copa en tu nombre, ni alguna otra, ni siquiera tu nombre, y
simplemente quemarme la boca con el cigarrillo, que hundo en el cenicero del sábado.