Te miro directamente, pequeño Sol.
Pero mi cabeza quiere voltearse
y mi cuello, en torpe genuflexión,
desea inclinarse y esquivarte.
Y yo, que hoy no soy, ni siquiera mi cuerpo,
no quiero nunca escapar
de esos ojos de lobo suelto.
Que fiebre en mí pueden provocar;
y gritos en mis párpados cantan;
y poemas en mis manos escriben;
y saltos en mis piernas demandan;
y latidos en mi corazón no permiten;
y con humo mis pulmones llenan;
y muecas en mi rostro forman;
y sonrisas en mis palabras inventan;
y con lamentos mis silencios adornan.
Pero yo me resisto a no verte,
aunque escalofríos recorran mis huesos
o todo mi cuerpo al leerte;
y precisamente por eso,
no me pidas que me detenga
alguna vez de mirarte.
Aunque mi cuerpo en caos devenga,
no dejaré nunca de penetrarte
ni de jugar, con tu mirada;
con esos ojos divertidos,
amables, hermosos, de hada,
con esos ojos misteriosos y coloridos.
y eso es lo más lindo que me pudieron haber escrito alguna vez.
R.