Estaba
fumando en la vereda de en frente. La de “en frente”, le digo. La de la casa de
Pablo. Sabés que hubo una noche en particular en la que fui abandonada,
esperando porque me busquen antes de un viaje. Esperando ser buscada de una
clase, para armar la valija e irme de viaje. Y por alguna extraña razón entré a
lo de Pablo y me senté en la cama del cuarto de al lado mirando a través de la
ventana la puerta de la facultad. Esa ventana que tiene, justo a la derecha,
sobre la que está apoyada una cruz, calculo que con una imagen de jesús clavado
en ella porque, eso es lo que tienen todas las cruces, pero, yo nunca entre ahí.
Y recuerdo
bien el primer día de clases, en el que, mi segundo día en Buenos Aires. Quizás
el tercero. Lo definitivo. La noche anterior me había acostado un poco tarde,
había hecho enojar a mamá. Había llegado tarde a la casa porque me la había
pasado en un telo en un turno largo de cinco horas adentro de una bañera
gigante y asquerosa con el titán. Estaba en Anchorena o algo así, a veces íbamos.
Pero esa vez era como la definitiva, entonces estábamos contentos. Y la mujer
cuya mitad del cuerpo se había paralizado, tal como se me paralizó a mí la cara
una vez, y es por eso que sonrío con la mitad de la sonrisa, como te dije hace
un tiempo, es fantástico, porque, puedo reirme de un lado, del lado que me
convenga, y la otra persona no puede verme, como ese personaje de Batman.
Pero lo
importante igual es que, en la vereda de en frente tuve una idea, que no pude
escribir porque estaba fumando y esperando mis apuntes, y pensé que iba a sacar
la libreta después para tomar nota de la idea de un poema que quería hacer, y
se fue. Y creo que ya no va a volver porque yo siempre tengo esperanzas de que
esas ideas vuelvan pero me parece que al final no lo hacen.
Estuve
viendo mucho Woody. Sé que es un cliché. Quiero tratar de ver todas sus películas
en estos días. Por alguna extraña razón, cuando los dos estamos en Buenos
Aires, aunque la lluvia nos encuentre y seamos personas que no usan paraguas,
todo está mucho mejor. Porque vos estás por ahí, misógino, con alguien, yo
estoy por acá, misógina con alguien, y no nos vemos ni nos hablamos, pero
estamos acá.
Cuando vos
te vas de viaje a veces me gusta pensar que te acordás de mí un poco, como lo
hacés acá y lo hago yo, sólo que, cuando te vas me recuerda mucho al verano, y
son espacios inalcanzables de tu cabeza.
Pero la
cuestión es que cuanto más Woody miro, a pesar del cliché, cuanto más el pecho
me duele, porque me dolió estos días y los médicos se cansaron de meterme y
sacarme de aparatos inservibles para decirme que no tengo nada, y obviamente es
mi cabeza, y ahora pasa todo el tiempo excepto cuando escribo o cuando miro
Woody, porque sabés que empecé a escribir en espiral sobre mis lámparas, como
me dijeron que hiciera, y escribí cielitos restringidos y casi que me alcanza
toda la lámpara de papel para terminar el kilómetro 29, pero la próxima vez lo
voy a hacer mejor, y me gustaría que lo veas, pero es esto: cuánto más Woody
miro más me convenzo que vos y yo tenemos mucho que ver con ellos.
Entonces,
de anoche, de la conversación tan larga, y de la locura, te digo, anoche me dí
cuenta de que no sé a dónde vamos, no me importa dónde vamos, habrá un día en
particular en el que te vayas para siempre, y espero que falte para ese, pero,
ahora, ahora no sé dónde vamos, apenas si sé dónde estamos. Yo por acá y vos
por algún lugar de ahí, que particularmente hoy no me queda cerca, pero vos,
loco, me recordaste cómo era vivir. Cómo era el mundo antes del escitalopram.
Como era escribir, y leer, y no dormir, y caminar, y aún en tu ausencia,
caminar, y pensar, y dibujar, y hacer cosas y ver películas, y publicar libros,
y estar sucio, y no haberse bañado, y cocinarle a otro, y vivir, yo me había
olvidado de cómo era vivir, y no sé si sos vos o alguien en el mundo, que pueda
o no salir de Woody, es que me hiciste acordar que en algún lugar hay alguien
ahí, alguien para vivir así.