17.2.08

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El verano, como siempre. O galopan ellas o nos galopamos entre nosotros, y todo es un mermasmo constante que no intento traducir, pero cualquier cosa, Julio y yo nos entendíamos, muy a pesar de lo que diga la gente.

Deberle todo el glíglico a la Maga, que no es la mía, pensar en lo mucho que falta, que él sea el séptimo mes, como nosotros, que nos besamos en julio, y julio nos vió nacer, renacer, caer ahí no más un día que el gato se comió al ratón.

Ahora febrero, el más largo e intenso de todos, pero a la vez monótono, asfixiante, como sacar cartas de una caja para ponerlas en otra que se mete en otra que viaja kilómetros para encontrarte, y saber que no la vas a ver, por un tiempo no la vas a ver. Febrero, el mes que ejecuto aquello que antes decidí, sólo que se nota ahora, la primera decisión que tomo en mi... vida, pero a veces no sé si es mía.

El corte... ah, el corte, a veces me hace llorar. Lloro todo el tiempo, sólo que no te das cuenta, a veces me gustaría llorar menos.

Si no es mía, es porque la vida completa es la mitad de cada uno, galopándose entre ellas, como un juego de índice y mayor transitando tu columna, adelantándose entre sí, peleándose, desarmándose y encastrándose en tu nuca, en tu pelo, en tu cama.

Y si las ideas se hilan así mismas, esta también, mentí si dije que perdería sentido, porque desde hace cuatro años espero por febrero, y febrero, mi amor, está acá.

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