Entendíamos la lluvia como entendíamos el llanto. Pienso que a eso te referías, a mi llanto. No era difícil, soy de esas personas que lloran seguido. Conmigo hasta eso se vuelve algo visceral. Estoy matando o estoy muriendo.
Ahora que desde hace varios meses la habitación desde la que se tiró Oliveira está vacía, sin hilos de colores que impidan la entrada de alguien, me pregunto cómo se ven las cosas desde afuera. Porque yo sabía que en algún momento me iba a soltar y caer en ese mar al que le daba la espalda. Que me tragó, como bien pude predecirlo. Digo, entro a esa habitación todos los días, no hay razones para pensar que quedó algo adentro. Fue un año y medio el que se cayó por esa ventana, un año y medio que se tiró de cabeza a dar con una Rayuela y todavía no podemos responder si se le partió el cráneo en el Cielo o en la Tierra.
Hay ríos metafísicos. Sí, querida, claro. Y vos estarás cuidando a tu hijo, llorando de a ratos, y aquí ya es otro día y un sol amarillo que no calienta. Porque del rojo al verde todo el amarillo muere. Porque soy roja, y esto que estoy sosteniendo es el amarillo.
Eso que no te alcanza, eso que no te llega, eso que estoy llorando porque sé que se va a morir y capaz ya está muerto, falta que vengan a decirme que Rocamadour está muerto, entonces dejaré de sostenerlo incansablemente, de cuidarlo y alimentarlo como si en vos aún quedara una ínfima intención de que respire. Porque no la tenés, ¿o sí?, no sé, no sé, yo ya no te escucho porque en esa habitación estoy sola.
Me quedan los hilos que sola desenganché de las paredes y las cosas. Las madejas que cuidadosamente acomodé por si algún día te querías venir a enredar conmigo otra vez. Ni siquiera pretendo eso, a este punto los quemaría, porque la idea no es volver a lo de antes. No puedo hablar mucho de la idea. Pero la cuestión es que ahí te estoy esperando. Con la puerta cerrada, cosa que parezca que no hay nadie, cosa que parezca que no estoy, porque si estoy no vas a entrar. Con la reconstrucción de los hechos, con todas las cartas del crimen que cometí. Me entrego completamente. Porque no entiendo la lógica de las cosas. No pienso dejar de pelearlo. Éste cuerpo es el de un legionario que se otorga en el campo de batalla.
Hay ríos metafísicos, y yo los estoy nadando como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándome caer para levantarme mejor con el impulso. Vos describís, y definís y deseás esos ríos, yo los nado. Pero lo sé. Necesito saberlo, como vos, porque puedo vivir en el desorden pero necesito que alguna conciencia de orden me retenga. Ese desorden que no es ningún orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que me abre de par en par las verdaderas puertas. Mi vida no es un desorden más que para vos, enterrado en prejuicios que despreciás y respetás al mismo tiempo. Yo, condenada irremediablemente a que me juzgues sin saberlo. Y te dejo entrar, te dejo entrar porque espero que algún día puedas ver las cosas a través de mis ojos.
Sos el verde. Por no decir que sos el azul. Por no decir qué colores componen ese verde. Por no decir que de cualquier manera estamos muertos.