Te
acostaste a dormir temprano. Porque antenoche… saliste, anoche nada. Nadaste entre
un montón de gente y llegaste lo que se dice temprano para aquellos que no se
acuestan tarde. Y a las cuatro de la mañana se te despegaron los ojos, aunque
tenías uno más o menos pegado. Creés estar engripándote. Y deslizaste tu mano
suavemente por la sábana para alcanzar la mía, que todavía dormía. Te
escuché decir que te habías desvelado, y yo me senté en la cama y usé la pared
de respaldo para prenderme un pucho y preguntarte cosas. Creo que te digo
que me encanta dormir con vos. Y terminás refregándome la
barba en el cuello y los humos de nuestros cigarrillos se hacen cosquillas. Te
busco con los dedos ansiosamente, desesperadamente, como con miedo de que no
estés. Te levantás a hacer café para los dos, pero al final yo sólo tomo agua.
Te quedás mirando la pared de enfrente fijo, cómo se mueve la cortina y las
primeras rayas del amanecer, y me contás algo de cuando eras chico. Me quedo
escuchándote, mañana no importa tanto. Y terminamos de nuevo tirados en la cama, y cada uno se da vuelta para su lado, pero nos seguimos tocando las espaldas, y por momentos los
pies. Me doy cuenta que anoche me acosté a dormir temprano. Porque antenoche salí,
nada. Nadé entre un montón de gente y llegué lo que se dice temprano para
aquellos que no se acuestan tarde. Y a las cuatro de la mañana se me despegaron
los ojos, aunque tenía uno más o menos pegado. Creo estar engripándome. Y
deslicé mi mano suavemente por la sábana para acariciar el borde. Te busco con
los dedos ansiosamente, como con miedo de que no estés, y te sigo buscando
hasta quedarme dormida. Donde carajo sea que estés, bajo la forma que tengas, un ruido súbito te despierta como a esta hora, abrís
los ojos, dilatás el pecho, no entendés nada, te tapás con la colcha de lana,
das media vuelta y te volvés a dormir.
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