En
retrospectiva estuvo como… bien. Siempre está bien. Pero soy yo, estoy
acostumbrada a hacer la guerra. Parecería que siempre divido la verdad en
cuatro partes. Los últimos meses te dí un cuarto, algunas veces medio, ayer y
en julio, una puta tres cuarta verdad. Te amo, seguramente estés leyéndolo
ahora. A esta hora, en la que sólo vos, yo, los amantes estamos despiertos. Los
insomnes. Creo que cuando has adorado a alguien al punto del desgarro, con la
fatalidad, la totalidad, la devoción y el miedo que te he tenido, creo tantas
cosas. Tu sonrisa a la mañana, inmutable. El sol pegándole de a poco. El
orgasmo. Antes de que suceda, entro en una suerte de delirio, fiebre. Desenfoco
la mayoría de las cosas. No sé exactamente en qué clavo la vista, y siempre es
diferente, pero tengo un segundo. Ese momento en el que pasa, parezco tener un
despertar espasmódico, recibir un shock de adrenalina, inhalo por la boca, el
pecho se me contrae, generalmente elevo la cabeza, y entonces lo veo. Lo
primero que veo cuando finalmente respiro, luego de estar ahogándome, sofocándome.
Lo que veo, y ví tantas veces, tanto tiempo, en tu habitación, fueron las vetas
del techo de madera, claro, barnizadas con paciencia por vos, por tu padre. En
aquel entonces, todas ellas se deformaban al punto en el que alcanzaban figuras
diabólicas, monstruos de dos, tres ojos, expectantes a mis gritos. Testigos de
tus palabras. Que únicamente podría haber escuchado Chéjov, que únicamente
alcanzaban mi oído porque era casi un susurro, letal. El domingo a la mañana
cuando reaccioné, las ví, y los ojos se me bañaron en lágrimas. En ese llanto
que rogás nunca estalle, y por suerte no pasó. Ahí tenés tus cuartos de verdad,
todavía te amo. Sos la persona con la que quiero despertarme todos los días de
mi vida. Pero cuando pasa el tiempo, y en un par de días voy a sentir el
tiempo, viviré de una sola manera. Y no es un castigo, aunque bien sé es la
manera que odiás. Viviré como los últimos tres años, haciendo de cuenta que no
pasó. Que jamás te sonreí en la puerta de Talcahuano 946 un 13 de julio. Que
jamás te olí por primera vez. Jamás te preparé un café, jamás te hice lasagna.
Nunca saqué a pasear a tu perro, ni te manché un dibujo con tinta china. Nunca
salimos de vacaciones, ni compramos anillos, ni nos comprometimos en una garita
frente al mar en madrugada. Nunca, jamás, tuvimos sexo sobre el arena. Ni en
hoteles, ni en el piso, ni en camas ajenas. No te regalé una almohada, ni te
cuidé cuando estabas enfermo. No nos regalamos discos ni nos insultamos. No nos
perdimos en Concordia, ni te mostré la casa en la que vivía. Jamás te lloré,
jamás te he llorado. No estoy llorando ahora. No me sé tu teléfono de memoria. No
me emborraché en tu nombre. No tomé taxis de madrugada. Nunca me perdí, sin
plata en el bolsillo, intentando encontrar tu casa. No tuviste que llamarme al
teléfono de otro tipo. No te mentí, y no me quisiste. Por eso no guardo cosas
tuyas, no estuviste. No me hiciste, no me forjaste, no me cambiaste. No me
enseñaste. Es la forma en la que se vive. Nunca volvimos, nunca nos perdonamos,
nunca estuviste. Nunca exististe. Nunca.
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