Te extraño, loco. Es que te lo digo particularmente desde esta cama de domingo a la madrugada, la cama que supe tener cuando vivía en la casa de mi madre. Esa cama que parecía ser tan cómoda y al final no lo era tanto. Esa cama que en realidad desarmaron cuando me fui, porque ahora, esta noche y hace un par de años, es otra.
Porque dije, eventualmente, que el día que me iba lo hacía para jamás volver. Y si bien he vuelto, mi amor, y uno de mis viajes nos complicó tanto, lo hice en caracter de visita, lo hice a pesar de mis convicciones, lo hice pensando en el tiempo, y en las necesidades, y en las distancias. Vos y yo estamos minados de distancias.
Si me preguntás, mi amor, por qué te digo mi amor esta noche, por qué te escribo desde esta cama, por qué me siento en el balcón, y a pesar de que haga un poco de frío, pero no tanto como en Buenos Aires, te digo: esta casa no hace otra cosa más que recordarme al verano, cuando todavía te amaba y tanto lloraba respecto de nosotros.
Cuanto tanto tiempo perdía o ganaba imaginándote en infinidades de situaciones mientras mis piernas, simple y mágicamente, volvieron a funcionar. Si me preguntás, mi amor, por qué te digo mi amor esta noche, es por el verano. Es por la primavera. Es por esos días en los que mi pelo largo era como de tres colores y nos divertíamos escribiendo cositas en el piso porque ya no teníamos voz. Ese día quería decirte que te amaba y ya no tenía voz. Y aunque en la calle la usé para explicarte que tenía miedo de irme, y más que nada miedo del verano, terminé diciéndote, en esa esquina, por la que a veces paso y recuerdo, o a veces simplemente paso y no recuerdo en absoluto, en esa esquina en particular, que tantas veces he cruzado estos últimos cinco años yo te dije que te amaba. Inclusive te solté la mano, porque no podía imaginarme una respuesta que acaricie la mía. Ahí me iba, de vuelta a casa, a esa casa de Salguero, que muchas noches nos tuvo juntos y muchas separados. Como casi no hablábamos esos días no te conté que sí hice lo que me dijo la mujer de Pablo, sí le hice una carta al departamento que luego rompí y tiré por el inodoro. Es lo que hay que hacer, dicen. Dibujar un plano de la casa y escribir en cada rincón las cosas buenas y malas que pasaron en ella. Cuando me tocó el living, mi amor, no pude no colocarte ahí, yaciendo en el piso, jugando conmigo a hablar durante horas.
Por eso reitero, mi amor, decirte mi amor es porque esta casa, y la casa anterior, y a pesar del frío, por momentos simplemente necesito pensar que estamos de nuevo ahí. En esa suerte de caos e infierno, que a la vez era cielo y The Suburbs, y nada de quirófanos ni de bisturís ni de intentos de suicidio en tu cama, ni de gritos, ni de despedidas, ni de eternos llamados telefónicos, ni de la silla en la que estuviste el último día que te ví el año pasado, al lado mío, al lado de la cama, tomándome de la mano, rezando conmigo por el cese del dolor. Que por alguna extraña razón pensaba que no iba a irse. Y no estaba equivocada, desde entonces, y por muchos días no se fue.
Pero me había dado cuenta ya entonces que si mi exceso de sinceridad y verborragia simplemente habían logrado despojarte de mí, insuficiente, porque lo habías logrado por vos mismo, y decidiste irte, como nos fuimos los dos, yo tan sólo ansié tu felicidad. Tu felicidad eterna. Tu felicidad lograda. Aquella que yo, por extrañas razones, suelo no tener. Entonces el llanto de esa tarde y de la silla, y de quedarme sola en la cama, pensando en el número 5, que fue tu respuesta cuando te pregunté la supuesta pregunta mágica que todos responden absolutamente bien, y esto le quita magia, entenderás, ese llanto fue de alegría. Sabía o esperaba que al terminarse el verano simplemente estaríamos de vuelta en casa, juntos o separados, pero al menos felices. Felices de haberlo intentado aunque yo bien sabía que existió un momento en el que te resignaste a intentar. Y fue sabio. Tus deseos y placeres estaban ya no depositados en mi esternón, en volcarme el semen, en abrazarme arduamente, en preocuparte por si me levantaba o no súbitamente de ese eterno piso de Salguero que tanto nos quería.
Pero voy a decirte algo. Después de escribir esa carta me tiré en ese piso tan preciado y pensé en los dos. También pensé en ella porque para ese entonces era inevitable no hacerlo. Vos también lo hacías. Como pensabas en lo camp, pensabas en mis líneas, pensabas en Buenos Aires, pensabas en haberte enamorado, y bien sé, vos también lo hacías. Eternamente agradecido, como tantas veces me lo dijiste.
Mi amor, Melancholia no es una paja estética. El 10 de diciembre te mentí. No me arrepiento de absolutamente nada de lo que pasó en el medio, nos llevó hasta donde llegamos el 21 de diciembre, el día más largo del año, el día en que empezó el verano, y hasta donde llegamos el 22 que finalmente partí, o ya no me acuerdo bien. Sabrás, todo en ese momento eran agujas insoportables. Y no podía evitar mirar fijo a la pared y pensarte en ella. Como esa foto que me gustaba en la casa de Córdoba, y ahora tenés otra, pero también en la pared te pensaba con ella. Y sabía, sabía que eventualmente todo recaería en volver a plantearte qué hacer con tus deseos y tu cabeza.
Si bien tardaste, si bien reencontrarme con vos fue increíblemente dañino en marzo, y Puta y Free 1, si bien te deseaba como nunca, aún causándome infecciones, aún en brazos de otras personas, aún tantas cosas, quería creer que me gustaba mucho más esa visión tan destructiva tuya que negaba poder aceptar mi amor.
No importa tanto lo que pasó con el tiempo. Ni la discusión antes de semana santa. Ni las veces que intenté matarme desde entonces. Importó todo mucho el día que volvimos pero sinceramente, me importó poco. Y aunque admitas ahora que tu intención era simplemente disminuir los niveles de odio, no pudimos hacer otra cosa excepto intentar abarcarnos. Comprendiendo yo que ya nada sería lo mismo, y rogando que no lo sea. En tal sentido no lo fue. Y al final estábamos ahí, cogiendo muy pocas veces por semana, casi no durmiendo juntos, postergando nuestras visitas y encuentros, asistiendo a todas esas obligaciones que en otro momento hubieramos negado. Porque en otros momentos, y a duras penas, nos amábamos, y cuando volvimos ni siquiera pude darte un solo orgasmo.
Y nos dejamos ya, con la luna rara, casi que con el cambio de fase, temiéndole, pensando en que lo más lógico era simplemente abandonarnos, porque ya no nos comportábamos como personas enamoradas. Porque entiendo que yo me esforzaba, pero era más bien mi melancolía. Que sin mayúsculas, quizás esa sea sí una paja estética.
Mi amor, te digo mi amor y te escribo porque esta casa todavía no se deshizo de mi rengo fantasma veraniego que no podía sostenerse a sí mismo. Que se pasaba horas en el balcón escribiéndote desde esta misma computadora, y fumando millones de cigarrillos, y sabiendo que mucho de lo que te escribía jamás llegaría siquiera a acariciarte. Pero lo hizo. Porque vos y yo, loco, tan tarados, tan intratables, tan difíciles pero tan fotogénicos a veces que existen fotos juntos y también existen fotos tuyas que te saco y guardo, porque simplemente admiro tu completa taxonomía en la que sé, volvería a caer, porque, carajo, somos nosotros. Vos y yo loco en abstracto nos amamos. Porque a pesar del infierno y de las cosas que nos hemos hecho, vos y yo le ponemos amor a los actos. Porque bien sabíamos que esta vez y de existir posteriores era todo o nada, y el punto medio carecía de sentido.
Pero hay amor, hay amor cuando te llamo a veces para ver cómo estás, para pedirte que por favor me desees paz. A veces no la encuentro. A veces se me pierde. Pero por extrañas razones es tu voz diciendo paz, paradójicamente, la que me acaricia un poco el pecho. Como lo hacían tus palabras reales, esas que escuchaba en vivo y en directo. Esos abrazos tan hermosos que jamás dejarán de serlo.
Hay amor porque hay deseos de que el otro se encuentre a sí mismo y simplemente haga lo que vino a hacer. O no, que continúe buscando, siempre en la hermosa sonrisa, en el evitar fetichizar palabras. En tantas cosas. En negativos de fotos, en fotos de negativos. Por eso mi amor, que te llamé la otra noche, con miedo de dejar mi casa, entenderás, sólo la dejo en circunstancias terribles y la última vez había sido con la excusa de recuperarme de vos, de extirparte de mí, de secretar toda esa cantidad de hiel que me provocaba tu distancia, tu distancia mental, a pesar de que pensaste en mí, y sabés yo siempre celé los momentos en los que vos y yo, al unísono, pensamos en el otro. Los celé, solía verlos injustos. Ahora los creo hermosos. Quizás con el llamado de la otra noche, el llamado del miedo. Quizás alguno que otro. Quizás las fotos. Quizás el amor.
Que vos y yo estamos hechos para el amor, eso es algo seguro. Aunque nuestras formas de vivirlo puedan acabar resultando tan autodestructivas. Tan sádicas o masoquistas, tanto que es imposible mandarte al cine a ver una película que me gustó, y que no puedas no pensar en mí cuando pensás en Sabina S.
Vos y yo estamos hechos para el amor, hoy admito que separados. Tengo una certeza mediana, las mías nunca son totales, de que vos y yo no estamos hechos para el amor juntos. O el amor que podemos vivir juntos es tan fraternal y hermoso que no admitiría los mecanismos ya descartados.
Mi amor, te digo mi amor y te escribo, porque la casa de mamá está fría y me gustaría que estuviese caliente. Que 5 am simplemente amaneciera como en el verano, teniéndome a mí, dibujada en el balcón, mirando al cielo y pensándote. Que era el mismo cielo para los dos, a pesar de la diferencia horaria.
Sabés, hoy, estos días, en los que tanto lloré, y lloré por todo, lloré por esas cosas que tanto sabés, sabés hoy, y ayer, y finita cantidad de días hasta un punto inicial que no recuerdo me deshice de un montón de personas. Fue una conducta bastante suicida. Pensé en la muerte esta semana, y por eso mismo estoy en esta casa y no en otra. Porque pensé en la muerte pensé en despedirme. Pero al final simplemente te llamé y te hablé de que ante circunstancias terribles, necesitaba que tuvieras presente el hecho de que te quiero. De que hay amor en mis actos hacia vos. De que sos un maravilloso hombre, la segunda persona que amé, la primera a la que me gustaría decirle mañana que ya cambió la fase lunar. Aunque claro, eso es algo que sabemos ambos.
Te escribo así, y acá, porque sé que a veces leés, y que a veces es tan simple. Nosotros, de un punto a otro nos hemos vuelto simples. Antes la distancia era irreparable, hoy si bien estoy acá, pronto estaré en casa. En esa casa que también tiene un poquito de nosotros juntos, y siempre lo tendrá. Porque no me arrepiento ni de aquel amor, ni del otro, ni del que existe adentro mío ahora al pensarte. Porque vos y yo, loco. Vos y yo somos geniales.
(y ahora te veo, Luna. y estás casi como te pensé.)
(y ahora te veo, Luna. y estás casi como te pensé.)
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