Perder la
religión. Clases enteras acerca de perder la religión, de adoptar una
pluralidad de religiones, acerca de la multiplicidad de creencias y de la
convivencia de los ritos ya no excluyentes sino capaces de ser yuxtapuestos
infinitamente.
A veces hay
fotos que tenés ganas de que salgan, pero que dudás terriblemente si van a
salir o no. A veces no salen, y te quedás perplejo mirando el negativo. Insistir,
una vez más con el negativo es completamente absurdo, pero está bien nombrado. Tiene
un nombre que le cabe.
Caber.
Caberle a alguien, caberle a Julieta. Como si Julieta fuese un envase en el
cual hay que depositar cosas o más bien se jacta de continuar vacío ergo hay
que llenarlo. Minarlo de abundancias hasta que rebalse, entonces ni siquiera es
Julieta, en la búsqueda de Julieta ni siquiera es Julieta porque Julieta se
rebalsó y se encuentra por fuera de la botella o del envase y volver a meterla
dentro es literalmente pedirle que caiga en cuenta de la realidad. Así podemos
explicar los efímeros momentos de sobrevalorada felicidad en la que incurre
esta botella.
Botella de
la que juré ya no tomar por un tiempo indeterminado, botella en la que no debía
pensar. Pero claro, ballena borracha, si yo adoro a esa botella. Si yo adopté a
esa botella como religión. A veces me creo en las mentiras como quienes creen
en que existen cruces que no se prenden fuego y además duran quinientos años y
ameritan feriados. Por favor. Por favor, y en serio.
El mundo es
un lugar maravilloso para transitar en tanto no se me esté balanceando el alma
adentro del pecho pidiendo a gritos que me tire al piso a volcar la botella,
para que me estalle por los ojos. Eso tuve en los ojos los últimos tres días. Lágrimas
de canciones ajenas.
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