Una madrugada, eso, nada más. Un vaso semi-lleno, que habré manoteado dos o tres veces para convencerme. Una banda que me gusta de fondo, pero tampoco esa, canciones que me inyectaron en los oídos cual virus letal, como pensar que después lo que queda es contar los días. Los días restantes.
Tengo algo en el pecho, que no sé qué es. No me duele, porque ni siquiera te quiero. No me duele, porque ni siquiera te estimo. Sólo intento repasar cada cosa que te dije, para ver si ahí está el error. El flagelo debo ser yo.
Que me quiero casar con, pero estoy casada con el mar. No se puede. Una vez que saliste de la caverna, jamás, jamás olvidarás lo que fue haber visto el sol. Ni siquiera intentándolo. Entonces, ¿cómo sigo? Me ensucio más y más las manos mientras espero estar sentada a la mesa con tu sonrisa a mi lado, dibujadita ahí, sobre las servilletas de papel.
El tema es que si alguna vez me dejás pasar, voy a llenarte de tierra. Las cosas que hago, que ni siquiera te cuento. Como si quisiera demostrarte que no soy parte de todo esto. A veces quiero llegar a mi casa, sacarme la ropa y cambiarme. Cambiarme por algo mejor.
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