Te contemplo y te rompo. Te hablo y te sulfato. Te escribo y te irrito. En tu ideal de libros y letras no soy más que un trozo de madera escondido, un nefasto duplicado de vos mismo. Vos me creaste, yo te asesino. Vos me cuidaste, yo te expongo. Te ahogo y te castigo. Me pregunto por qué te volví tan necesario, si de la nada viniste y a la nada te vas. Polvo te vuelves, no queda en pie ni siquiera la ambigüedad de tu alma.
Qué suerte que solo lo escribí enojada. Que suerte tenerte conmigo, Fede.
Qué suerte que solo lo escribí enojada. Que suerte tenerte conmigo, Fede.
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