24.10.11

me acaricia la nuca con la yema de un dedo,
el gesto automático es agachar la cabeza, en una suerte de ridícula alegoría.

me gustaba que se dejara el pelo largo.

la casa es un desastre,
los días son más cortos,
hace unos años me pidió que nunca dejara de ser libre.

me dejó

el tiempo
las armas
la ridícula melancolía de la adolescencia
hundida en una suerte de pedestal

que construyó para rendirle culto a mis piernas

para mirarme desde abajo y decirme
que tengo el valor para desagotar la tormenta.

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