16.4.13


-         Ya sabés lo que te dije siempre.
-         ¿Lo qué?
-         Lo de los documentales á.
-         Sí, eso. Los documentales. Ni que todo esto estuviese guionado.
-         Ponele.
-         Viste que te extraño siempre pero el teléfono cada tres meses ameniza.
-         Yo diría que amortiza.
-         Para no ganarme el juego.
-         Para no terminar sacándote la lengua y que te enojes, y esas cosas.
-         A veces quiero encerrarme un mes a hablar de los últimos años.
-         ¿Y robarme la ilusión de laburar juntos?
-         Ponele.
-         ¿Dónde tenías la cabeza en febrero cuando te dije que todo esto era parte del proceso?
-         ¿Renunciar decís?
-         Ah, me estabas escuchando.
-         Yo dejo de escucharte cuando empezás a repetir, y a repetir, y a repetir lo mismo. Lo único que cambia es el énfasis que le ponés. Lo mido en decibeles. Cuanto más alto gritás sé cuánto más se pudrió la cosa, pero no es nada nuevo.
-         Estás hablando en presente.
-         ¿Y? ¿No se va a joder de nuevo, decís?
-         A veces delirás que estamos juntos, ¿no?
-         Yo deliro pero unas cuantas veces por año me levanto al lado tuyo.
-         Y volvés a hacer ese gesto que si te digo que lo hacés no lo harías más.
-         Probablemente ya sepa de qué estás hablando. No exactamente cuál, pero lo sepa.
-         No cambiaste un carajo. Digo, antes te vestías mejor.
-         Vos siempre te vestiste como la mierda.
-         Y te encanta.
-         ¿Qué te chupe un huevo? Sí. La cantidad de cosas que te importan puedo contarlas con la mano.
-         Tus viejos, tu abuela, tu perro… Bueno, a la mierda, si digo el resto, yo no entro.
-         Sí me importás. Volvés con la cabeza jodidísima, llegás a casa como si hubiese pasado un huracán.
-         Yo no impongo el silencio.
-         Pero te abro la puerta, entonces funciona.
-         No sé de qué me perdí.
-         No funciona, sigue siendo inconveniente. Digo, nunca vamos a ser amigos. Y aún así sentís que podés contarme absolutamente todo. Y es raro, porque decís siempre que todo lo que me contás es peor que antaño. Pero en antaño estabas como… llena de sangre.
-         Esa sonrisa sucia. Nunca veo venirla.
-         Creo que cuando dormimos los dos nos abrazamos un poco.
-         ¿Así, a ochenta cuadras? ¿Así cuando abrazás a tu novia?
-         No era mi novia. Vos eras mi novia.
-         Justamente. Ahora nos abrazamos con otros novios al lado.
-         Te dije que no quería joderte la relación.
-         Te dije que le conté toda la verdad, y todavía no tenía una como para joderla. Después le hizo mal. Pero nadie hablaba como vos en ese momento y se tuvo que ajustar. Podría haberse negado.
-         ¿Y qué ibas a hacer?
-         Dejarlo.
-         Es como él o yo, ¿no?
-         Es como todos o vos.
-         Pero ya lo dejaste. ¿Y si vuelvo con vos los dejás a todos?
-         No jodas con eso.
-         ¿Y si funciona?
-         Dejé de imaginármelo hace tiempo.
-         Pero de noche, y al teléfono, y en mi cama, y en la tuya, funciona.
-         Pero ni sos vos, ni soy yo, somos otras personas. Nos imagino siendo otras personas entonces nos imagino juntos.
-         Te enojaste muchas veces por eso.
-         Me enojé en septiembre porque no pude elegir. Porque tus palabras no alcanzaron. Me enojé hace dos semanas porque…
-         Hablá.
-         No te van a volver a querer así, ¿sabés?
-         Podrían quererme mejor.
-         Está bien, sacrificame.
-         No, no creo que me quieran mejor. ¿Vos quisiste mejor?
-         Nunca.
-         ¿Y ya te hicieron hijos?
-         Jamás.
-         ¿Y qué estás esperando?
-         Que seamos otras personas. Girar la cabeza sobre la almohada y que realmente sea tu pelo, y que realmente sea tu mano, y que realmente sea tu vida.
-         No seas fanática.
-         ¿No?
-         Pero yo a veces también.
-         Hay días en los que me rompo la cabeza pensando que por mucho más la gente no se deja.
-         Era una apuesta clara. Realmente era todo o nada.
-         ¿Y qué ganaste?
-         Nunca me sentí tan solo. Estaba bueno estar solos juntos. ¿Vos qué ganaste?
-         Me limpié, ya no miento.
-         Entonces valió la pena.
-         La pena más repugnante del mundo.
-         Igual exagerás muchísimo.
-         ¿Cómo con lo de la costilla?
-         Si, ni siquiera lo escribiste para mí.
-         Lo que no entendiste es que escribí sobre arrancármela. Sobre arrancarme la costilla que alguien puso ahí. Vos me hiciste.
-         Te hiciste sola. Yo te encarrilé algunos patos en la fila, pero al final, de no haber querido…
-         Primero quise para vos. Después quise para los dos. Después quise para mí.
-         Nunca quise hacerte esto.
-         Yo tampoco.
-         ¿Podemos ser otras personas?
-         No.
-         ¿Y querernos así?
-         Tampoco.
-         Entonces te veo en otro horizonte. En algún horizonte. Como cuando te dije que algún día el mundo que queríamos los dos se iba a encontrar, ¿te acordás?
-         Pero te dije que no iba a vivir para verlo.
-         ¿Pero si estoy ahí, vas?
-         Si estás ahí, te juro que me muero, sólo para poder contarlo.
-         ¿Para que tenga sentido tu promesa?
-         Para que tenga sentido la tuya.
-         ¿Cuál?
-         Dijiste que nadie me haría hijos mejor que vos.

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