12.10.12


- Tan difícil de satisfacer. – dijo Alter. Ego estaba en una suerte de consumación de risa, hambre, cigarrillo a medias y un Deseo de teletransportación a la casa de Alter que sopesara la estupidez que estaba diciendo. No es que Ego lo considerase un estúpido, es que Alter habla poco y piensa mucho. Alter y Ego piensan lo suficiente como para construir un castillo. A Ego le preocupan los sedimentos. Alter y los demás secuaces, todos ellos con características disimiles, evocan a que Ego simplemente fluya, a pesar de su contradictoria personalidad.
Ego está llamado a lidiar con la bipolaridad que le es característica, pero sobretodo con la represión de sus ideas, que se ponen constantemente en tela de juicio a la hora en la que Alter decide, sin necesidad de palabras intermediarias, abarcar a Ego con todos sus tentáculos, y comenzar con la libidinosa tarea de la reconstrucción del Pulpo.
Deseo. Ego piensa mucho en ello y es por esta razón que le aseguró a Alter que sus ideas se apaciguarían luego de poner en manifiesto la existencia del Pulpo, de volverla visible ante los demás, a pesar de la invisibilidad de la intimidad que ambos mantienen. Después de todo, Alter y Ego se regocijan hasta el cansancio, en todos sus esfuerzos por convertirse en una misma cosa, abogar por el molusco, concretarlo, y caer rendidos en dos mitades, cuyos tentáculos se transforman en dos cuerpos incompletos que se toman apenas unos segundos para descansar, decir alguna idiotez, y volver a intentar encastrarse.
Deseo. Alter piensa tanto en ello como Ego, si bien se preocupa por la satisfacción total de Ego. Alter no comprende que no es una cuestión de expectativas o de verdades irresolubles, simplemente Ego mantiene la facilidad de volver a sentirse estimulado, e intentar empezar de nuevo. Quizás Ego en sí mismo considera que sin la suplementariedad de Alter, su ángulo total no llega siquiera a los 90 grados, cuando su estima real es alcanzar ambos, los 180. Lo hacen. Deseo.
Alter se mantiene alejado la mayoría del tiempo, en el que Ego lo castiga con miradas fulminantes. Están jugando a una clandestinidad poco obvia, puesto que a Ego le es suficiente la cercanía de medio metro para poder oler a Alter y poner en funcionamiento el juego de las feromonas.
Es cierto, Ego está completamente afectado. Todo el juego está basado en una complicidad y reciprocidad que logra tentar a Alter, al punto en el que inevitablemente, no puede negarle a Ego volver a reptar sobre su cuerpo.
A veces se quedan pegados, porque Ego insiste en la necesidad de mantener al Pulpo erguido la mayor cantidad de tiempo posible, aún cuando la contextura de ambos flaquee y les tironee las tripas exigiéndoles horas de sueño que ellos no ceden.
Es cierto que Alter huele la necesidad de Ego de responder a sus afecciones. Es por esto que son cómplices, y que se encuentran en los sedimentos de aquel castillo que construyen o esperan construir, completamente entrelazados, rodeados de barro, en la espera por el cese de la lluvia inevitable, para dar por finalizada la tarea de colocación de las vigas de lo que, esperan prospere, aunque reconocen que tanto Alter como Ego, si bien Ego tiene una gran tendencia a la culpabilidad, puedan dar por finalizada la obra mucho antes de haber colocado el primer ladrillo. De cualquier manera se les volverá difícil mentir al respecto. Hasta ese momento han sentido, y mucho.
Por lo demás, el Pulpo se arrastra por los confines del terreno y les exige constantemente una atracción a la que no se niegan. No se puede pensar lo que no ha sido pensado, y Alter y Ego no han pensado, ni realizado la búsqueda arqueológica correspondiente para abarcar la explicación del movimiento que los llama a superar, pero con la fe suficiente de jamás dejar a Deseo afuera de la tríada que conforma al Pulpo.
Quizás Deseo, en primera instancia, los llamó a arrastrarse, con sus pobres tentáculos, a jugar al molusco perfecto. Quizás negaron durante largos meses la existencia de los tentáculos del otro, de esta manera jamás se verían tentados por Deseo. Pero lo hicieron. La arqueología de lo que están haciendo se remite al deseo.
Ahora bien, Alter y Ego no son siameses. Se convierten en ellos, para pensar en la unidad del Pulpo. De hecho, esa unidad es factible, y han podido atravesar bajo la forma del molusco la lluvia de los malos días. Lluvia que ya sin ser tormenta, promete acabarse pronto.
Por lo demás, Alter, Ego, Deseo, Pulpo, todos ellos juntos, son un desastre de fluidos que apenas si pueden hablar cuando se disgregan. O lo hacen, y lo hacen en pos de volver a hacerlo. Mantienen extrañas conversaciones cuando ven que el Pulpo está apagándose, finalizada la tarea de agredir sus cuerdas vocales.
A veces los tentáculos se comportan de extrañas maneras, y buscan alguna ventosa en el tentáculo del otro, para entrelazarse aún más. Es entonces que Deseo se pone de manifiesto, no considera un peligro la unión de las ventosas, más bien cree será próspero para la colocación de los ladrillos.
Pero por el momento, hay barro, lluvia, vigas, una dolorosa cantidad de profilácticos que detestan utilizar, pero que pronto quedarán enterrados bajo tierra. Y es así como Ego se arroja sobre la cama, mira a Alter con paciencia, aporta al rodeo de entrelazamiento, hasta que Alter ya no puede sostener sus visibles ataduras, ropas que impiden sentir a Ego apropiadamente prendido a su torso. Y luego, es quizás un tentáculo-pierna que decide despojarse también, y refregarse contra las ventosas de Alter.
Es entonces que ambos pronuncian las palabras más hermosas y a la vez las más promiscuas, porque saben que Deseo está colocado en la intención de prosperar la sublimación del acto. Cuando Alter y Ego se miran, sin vidrios de por medio, es que coinciden en que no existe nada mejor que hacer excepto escucharlo. Ya han activado todos los mecanismos pertinentes para lograr el encastre, y pueden sentirlo a través de las últimas ataduras que les quedan. Las que les recuerdan que son animales y mortales, a los que se les ha introyectado la vergüenza de la desnudez y el resguardo de sus partes más íntimas, que dejaron hace un tiempo de ser íntimas para ellos, o que prefieren pensar que intiman entre ellas, en otra pseudo-instancia de construcción del Pulpo, pero es una de las más valederas. Es la que lo concreta todo.
El momento final en el que Alter decide ingresar al cuerpo de Ego es uno de tensión, de duplicidad y picardía. Generalmente Ego adhiere su tentáculo-brazo a la espalda de Alter, no sólo para colaborar con la desafiante tarea, sino más bien para abrazarlo. Y si bien parecería que Ego se resiste, apenas un poco, a la mutilación que Alter le propone, bien sabe que en primera instancia, probablemente se le ocurrió a él. Y que no existe mutilación anatómicamente posible, cuando tienen muy presente, que sus partes entrelazadas no pueden significar otra cosa más que algo bello. Y los primeros deslices que realizan son extremadamente sutiles, pero implican un fin. Un fin para Deseo, que se la había pasado ocupándose de la ansiedad y la angustia. Es una suerte de poda a Deseo, que acaba por exacerbarlo aún más. Como a un árbol, con paciencia pero locuacidad, lo obliga a crecer hacia arriba, a adaptarse al medio que Alter, Ego y el Pulpo le proponen. Una forma para Deseo que no es para nada una molestia, sino un deleite. El atravesar lentamente las instancias de la tarea que se proponen, en la búsqueda casual de alguna ventosa del otro.
El pulpo es perfecto, puesto que a diferencia de otros, posee dos cabezas. Si bien ellas se las arreglan para poder entrelazarse también, reconocen que la unidad que componen física y espiritualmente, obliga a sus cabezas a conectarse, a mantener cierto artilugio, a preveer los roces y deslices del otro.
Es entonces que puede oírse el primer gemido de Ego, arrasado por la virilidad de Alter. No puede consigo mismo, puesto que el acto al que se ha encomendado, supone la entrega completa a Alter de sus tentáculos e ideas. Si bien Alter no puede oír más que lo que Ego le dice, han alcanzado un grado de simbiosis en el que pueden comprenderse apenas mirándose. Es entonces que separan sus cabezas, y se quedan unos segundos comprendiendo al cuerpo de otro, sin nunca abandonarlo, pero contrayendo las pupilas lo suficiente como para entender qué sucede. O dilatándolas, quizás, existen momentos en los que por accidente o intencionalidad, la luz permanece encedida.
Es por esta razón que ambos han decidido, en el trayecto de completarse, de expresar ante el otro, por pura recreación, lo que significa y resignifica el encastre. Ego se mantiene insistente con esta idea, puesto que a pesar de reconocer que probablemente deje de llover, y que se dispongan a colocar los ladrillos, nunca dejará a Deseo apagarse en términos de dejar de oír a Alter. De cualquier manera, sería apenas un oscurecimiento inocuo de Deseo, que supera la forma de ambos, y esperan que continúe haciéndolo. Aún cuando no son Pulpo, y se sienten incompletos, o desean arrastrarse para unir sus fluidos.
Es que Alter no puede sino disfrutar mediante Deseo el hecho de que Ego exprese su contento ante la afirmación de la unión. A veces es un simple jadeo entrecortado, tanto Alter como Ego disfrutan de apagar sus respiraciones. Anulan el oído por segundos para concentrarse en el calor de sus pieles, en la sangre corriendo. Es entonces que se ahogan, y deciden salir a superficie, para finalmente respirar. Cuando lo hacen, generalmente al unísono, el sonido que provocan es estrepitoso, y encienden a Deseo inclusive más.
Es entonces que Ego se gasta, a puras penas, por contener su respiración, y comienza a retorcerse por debajo, encima, o al costado de Alter con mayor resistencia. Parecería a simple vista que su cuerpo lo rechaza, y es tarea de Alter enfatizar aún más la mutilación. En estas instancias, dicha penetración mantiene características novedosas pero a la vez ya conocidas para ambos. Son un desastre de fluidos y lo saben, lo ponen de manifiesto. El corazón de Ego late a velocidades espeluznantes, y todos sus sentidos se potencian. La sangre que dentro suyo corre lo hace con aún mayor velocidad, y esto provoca el enrojecimiento de su cuerpo, notable sobretodo en sus labios, que a distancia de aún poder mantener la modulación o gesticulación de palabras, las transforma en gritos. Todo lo que tiene para decirle a Alter es un grito. En ese momento Alter sabe que Ego va a resistirse aún más, puesto que lo encierra con sus tentáculos al punto de sofocarlo. Pero Alter no opone resistencia, se encuentra a la ofensiva.
En la primera fiebre consumada de Ego, pueden notarse todas las características de satisfacción posibles, esas que Alter asume desconocer por momentos, pero que bien ha abarcado lo suficiente como para continuar. Deseo le provoca a Ego la necesidad de continuar, de reproducir los mecanismos de la primera de sus victorias, todas ellas cantadas, que probablemente sean dos o tres hasta que Alter las consume en sí mismo.
Alter, en un estado de adoración total a los tentáculos de Ego procede, sin un aviso previo más contundente que los decibeles de sus gritos, a finalmente buscar alcanzar una ventosa, eyacular violentamente. Es entonces que Ego, a duras penas, continúa moviéndose y rozándolo, pero por sobretodo, lo abraza nuevamente, para ofrecerle a Alter la seguridad de que no existe momento más hermoso que el que acaban de presenciar. Como si pudieran observarse, omniscientes, por fuera de la cama y de las sábanas, completamente destellantes, enamorados, completos, y es entonces cuando Deseo, por unos segundos, los amarra nuevamente y se queda perplejo ante la capacidad que tienen Alter y Ego de permanecer unidos, en un momento en el que cualquiera esperaría se separen. No quieren hacerlo, y generalmente no lo hacen.
Se besan como si estuvieran besándose por primeras veces, y se quieren en silencio puesto que es lo que mejor saben hacer. No existe instancia más poderosa en la que un tentáculo-brazo de Ego alcanza el borde de las sábanas y los cubre, entendiendo que las temperaturas de sus cuerpos y del Pulpo han comenzado a bajar, y que cualquiera de sus tentáculos-extremidades que queden separados del otro va a sufrir del frío, y de la soledad que implica desencastrarse.
Existe momento tal en que esta acción es inevitable, puesto que si bien Alter y Ego adoran profundamente la existencia del Pulpo, aún se conciben como entes corpóreos separados que pueden admirarse a la distancia de centímetros. Probablemente algún tentáculo o ventosa mantenga contacto directo con el otro, pero es más bien mediante los ojos, abiertos o cerrados, que se admiran desquiciadamente, con una paz que los recorre en su totalidad, que los lleva a buscar el abrigo del otro, y, eventualmente, permiten que Deseo se acerque lentamente a atacarlos. Pero no es lo que ellos consideran un ataque, sino la tentación de recomenzar el juego que han dispuesto continuar, aún mediante pausas, algunas más largas que otras.
Eventualmente duermen, y eventualmente se separan una cantidad considerable de metros. No obstante sus extremidades mantienen mediante Deseo la constante necesidad de acercar sus ventosas al otro. A veces pasan días, y eso los pone ansiosos. Pero a veces parecería que el viento no les provoca escalofríos, más bien los acaricia. Como ellos se acariciarían ahora, pensando en cómo se siente tenerse cerca, concretándolo. Es de las pocas grandes cosas que tienen. A pesar de pocas las adoran, jamás las subestiman, y le dan la bienvenida a aquellas que surgen, sorpresiva e instantáneamente. Y las abrazan en la oscuridad de la noche, la soledad de sus camas, las vicisitudes que los acontecen, siempre dibujando una tímida, pudorosa y sedienta sonrisa que decora sus rostros.

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