8.6.10

feliz cumpleaños, Irina

No quiero ir al cumpleaños de Irina. El vestido de punto smog está planchado y almidonado sobre la cama, junto con los cancanes de lana, la camiseta de mangas largas, la bombacha y los zapatos nuevos.

Estoy sentada en la bañera, acurrucada, con las rodillas tapándome la cara, cubriéndome los ojos. Ya terminé hace un rato largo, el agua se está entibiando. Sé que cuando le grite a Lucía para que venga a sacarme, todo habrá terminado. Va a prender la estufa de la habitación. Me va a envolver en la toalla, me va a resfregar los ojos, ponerme talco, me va a alzar y me va a sentar en la cama para empezar a vestirme.

Quizás se olvidó, pasó mucho tiempo. Cuando mamá se de cuenta de la hora que es, tal vez ya no quiera llevarme al cumpleaños, porque habré llegado tarde. Sería fácil poder elegir las cosas que quiero hacer. Sin embargo, dependo de ellas, de mamá, de la señora que me cuida, de papá que se la pasa trabajando.

Lucía está pasando por el pasillo. Me da miedo. Es imposible no distinguir sus pasos, vivimos en una casa vieja, con pisos de madera. Esa mujer debe pesar como cien kilos. No es que sea gorda, es más bien enorme. Por eso puede levantarme fácilmente. Sé que a mamá y a papá les cuesta un poco, ya estoy grande.

La miro como pidiéndole a gritos que no diga nada, que permita que éste momento pase sin más, pero me agarra con sus brazos gigantes y me levanta. Yo tengo los dedos como pasas de uva. Por suerte la toalla es nueva y abriga mucho más que las otras con las que a veces me secan.

De cualquier manera no quiero ir al cumpleaños. Quiero que me pongan ropa fea para estar adentro de casa, que mamá dice que nadie puede verme con esa ropa porque es para estar adentro de casa. No me gustan las fiestas, e Irina siempre me molesta, Irina es mala.

A veces me dan ganas de comer talco, cuando siento su olor. Me lo pasan por todo el cuerpo y es como si un poco me entrara por la nariz y por la boca. Por eso nunca cierro la boca, porque quiero comer talco.

Lucía me peina de arriba hacia abajo, me desenreda el pelo, me coloca una hebilla con florcitas para sostenerme el flequillo.

Me levanta los brazos y me pone la camiseta. Enrolla con los dedos los cancanes y los desliza por mis piernas hasta arriba de todo. Pican un poco, son molestos. Mamá dice que como hace frío tengo que tener siempre cancanes de lana con los vestidos. Creo que no le gusta la idea de comprarme pantalones. Las otras son libres de no tener cancanes puestos, pero a mamá no le gustan los pantalones.

Éste vestido es hermoso, al punto smog lo hizo mi abuela. Tardó un montón de meses. Lucía toma el lazo y me lo pasa alrededor de la cintura, hace un moño, lo ajusta. Abre las precillas de los zapatos, me agarra los pies y me los coloca.

Toma el frasco de perfume, aprieta el atomizador tantas veces como es necesario, hasta que huelo a las flores del jardín. Saca del ropero un tapado, me lo coloca. Entonces, cuando estoy hecha una muñeca de porcelana, entra mamá a la habitación con la silla de ruedas, y Lucía me sienta sobre ella. No quiero ir al cumpleaños de Irina, no me gustan los cumpleaños de quince.

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